El 6 de agosto de 1945 el bombadero norteamericano Enola Gay arrojó una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días después, el 9 de agosto, otro bombadero arrojo otra bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaky. En pocos segundos, ambas ciudades quedaron devastadas. Murieron miles de personas en el acto, logrando un genocidio instantáneo del cual Estados Unidos nunca se retractó.
"La memoria humana tiene una tendencia a disiparse y un juicio crítico a desvanecerse con los años y con los cambios en el estilo de vida y las circunstanciasÂ… Estas fotografías seguirán presentándonos un testimonio inquebrantable de ese tiempo."
Al acercarse otro 6 de agosto, quisiera contarles una pequeña historia sobre Hiroshima y mi persona:
Cuando era joven probablemente no era totalmente atípico al tener la Bomba (los años cincuenta fueron una época excelente para poner en mayúsculas lo que era importante) en mi cerebro, y no sólo mientras me acurrucaba bajo mi pupitre en la escuela cuando las sirenas afuera resonaban sus advertencias nucleares. Como muchos de mi edad, también soñaba con la bomba. Podía, en esas pesadillas, sentir su calor abrasador, ver su nube en forma de hongo que se elevaba en un horizonte distante, o verme en un paisaje devastado que nunca había vivido (excepto tal vez en novelas de ciencia ficción). Leer más Aquí.
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